Cuando las llamadas «fuerzas vivas» de este país en los años treinta, al grito de ¡Viva España! se rebelaron contra el gobierno republicano, creían en gran medida y por parte de algunos de sus mayores financiadores, que el objetivo era traer de nuevo la monarquía a España.
Cómo algunos autores nos han mostrado, a lo largo de decenios de franquismo, los intentos de restaurar la monarquía fue desarticulado de forma contundente.
Los fascistas no tuvieron su «revolución pendiente».
Los carlistas no obtuvieron su recompensa última, aquella que se les prometió y hurtó.
Los monárquicos habrían de esperar aún largo tiempo.
Los militares tuvieron un largo período de mando, con un ejército miserable, que solo ganaría de verdad una cierta calidad profesional y crematística, con la llegada de los socialistas a la Moncloa (al decir de muchos de ellos).
Franco dejo todo «atado y bien atado”. Educó a un príncipe, inventó un título para él. Repondría la monarquía sí, pero haciendo jurar al que sería el nuevo rey, los principios fundamentales del movimiento “con la legitimidad del 18 de julio», no iba a consentir que, con su muerte, su obra y su gente pudieran ser cuestionadas por el pueblo español.
Los que sí lo entendieron fueron los más «listos» de entre los suyos, el primer presidente de un gobierno «teóricamente democrático» fue, nada menos, que el Secretario General del Movimiento. Nada más lejano a la vuelta a una normalidad democrática, que en vez de reponer las legítimas instituciones españolas republicanas, se colocará a un rey elegido por un dictador y se nos presentara como la gran alternativa democrática, la conducción hacia unas vías de normalización por medio de dirigentes del Movimiento.
Hubo un referéndum sí, pero si te dan a escoger entre la continuidad del régimen franquista y un rey escogido por ese mismo sistema político, y te hurtan la opción de la vuelta a una verdadera opción democrática, una reposición republicana, ese referéndum como tantos está claramente trucado.
Que la Memoria Histórica y su movimiento, suponen un cuestionamiento de la legitimidad monárquica, es un hecho molesto para el poder.
Perseguir los crímenes de los herederos de la dictadura durante la sacrosanta Transición, ya en «periodo democrático» parece que va a ser tan imposible como romper la impunidad de los asesinos del propio franquismo.
Que no nos cuenten milongas, Monarquía o República no es una opción baladí, es una exigencia ética, no puede haber ningún ciudadano exento de responder ante la ley, nada puede ser más antidemocrático que la desigualdad jurídica.
Las consecuencias son las que ahora estamos viviendo: un rey emérito, cuya retahíla de escándalos financieros y de otro tipo, ha hecho que su propio hijo lo haya apartado de la Zarzuela, tras haberse echado a un lado el mismo con la abdicación, para salvar la institución.
Ello nos lleva a pensar sobre la ética de los inmunes.
Cuando en otro periódico, del extranjero claro está, se ha destapado un escándalo del propio monarca actual, uno podría pensar que este gesto de repudio de su propio padre es una cortina de humo para tapar sus propias miserias.
El texto de la contundente nota de Zarzuela es puro teatro, sabe que no puede renunciar legalmente a la herencia y que la otra gran herencia, la corona, esa sí que la va a mantener a toda costa.
La historia de los Borbones en su relación con España ya la conocemos: corrupción, felonía, traición, apropiaciones indebidas, falsedades de todo tipo, apoyo a dictaduras…
Un Presidente de la república es una persona escogida democráticamente.
Un Presidente de la República, aunque sea aforado, responde ante los tribunales por sus acciones.
A un presidente de la República se le paga un sueldo, no se le da una asignación millonaria para toda su familia.
Por ética y por estética.
La república y sus instituciones no son más caras que la Monarquía, pero aunque lo fueran, seguirían siendo necesarias por dignidad histórica, por salud pública, por democracia y por justicia.
Reposición de la Segunda República ya.
Los echamos varias veces, que está sea la verdadera, la definitiva.
ENRIQUE GÓMEZ ARNAS
PRESIDENTE ARMHA