Querría empezar está reflexión con la afirmación de qué, salir de forma relativamente pacífica de un régimen dictatorial y transitar hacia una democracia, no suele ser tarea fácil aunque, de ninguna manera, es un hecho absolutamente extraordinario.
En la España de los setenta ya estaba claro que el Régimen deseaba transitar ordenadamente hacía una monarquía constitucional, los hechos así lo muestran.
Fueron agentes de ese mismo Régimen los que se pusieron en contacto con representantes de los partidos políticos, que aspiraban a ser, en algún momento, alternativa de gobierno.
Obviamente nada es gratis, y menos aún en política. Mientras la militancia se esforzaba en su trabajo callejero por apoyar las aspiraciones populares con gran sufrimiento, en algunos despachos de Madrid, se estaba diseñando el futuro inmediato de nuestro país.
Entre los pagos a desembolsar por la oposición antifranquista estaba algo que parecía gratuito pero que dejaría claro cuál era el carácter de esa Transición, la impunidad.
El Manifiesto Juancarlista, firmado por miembros del régimen franquista, diversos políticos de la derecha, muchos socialistas históricos y otros relevantes personajes es, quizás, uno de los más clarificadores documentos sobre la Transición que haya podido hacerse público hasta ahora.
No importa, cuarenta años después, que éste rey fuera impuesto por el dictador.
Según los firmantes, no hubo transacción por parte de los representantes populares (ellos mismos), hubo consenso.
El reparto económico del INI y el esqueleto económico de la autarquía franquista, tampoco fue relevante, según éste escrito, aunque algunos sospechemos que fue el origen de muchas carreras meteóricas con final en la puerta giratoria de turno.
Y es qué, precisamente, el problema fue ese. Por eso había que mirar para otro lado.
Repartirse el botín y tragar con lo que hiciera falta, por «el bien del pueblo y la democracia».
Una bonita historia épica.
Con Golpe de Estado incluido. Golpe ante el que uno se pregunta, como hacían los romanos, «Cui bono», a quién favoreció.
Era de esperar que los franquistas sociológicos que perduran en nuestro país, los pesebristas de la comunicación, la prensa rosa y los tradicionalistas que tanto abundan por estos lares, salieran en defensa del emérito.
Como decía un periodista de la derecha más reaccionaría:» el pueblo no está cualificado para juzgar los actos de un monarca».
Pues bien, sí estamos cualificados.
La historia de los Borbones en España no es solo la de los ladrones y felones que exclusivamente miran por su interés, es también la historia de quién se adapta a las nuevas circunstancias políticas SOLO por su interés.
¿Cuánto hubiera durado un rey que pretendiera gobernar un Estado en la Europa de los años setenta siguiendo los Principios del Movimiento Nacional?
No nos engañemos, Juan Carlos jugó sus cartas; los políticos aceptables por los dirigentes franquistas y por Europa (y EE.UU.), las suyas.
Hijos de todo ese cambalache son la corrupción generalizada, el cachondeo judicial, la falta de grandes pactos estatales y, por supuesto, esa Impunidad de la que siguen sin querer siquiera hablar tras cuarenta años de «democracia ejemplar».
Lo que no se hizo entonces, por las circunstancias políticas que existían a mitad de la década de los setenta, ya va siendo hora de que se revise hoy.
¿A qué se le tiene miedo?
Caminar por las amplias avenidas de una democracia avanzada, es una necesidad vital para un país que comienza a mostrar muy preocupantes signos de hartazgo con la política y los políticos.
El paso a dar es importante.
Se trata de ilusionar al ciudadano con MÁS democracia; hacer medidas urgentes contra la corrupción, que se vea que en este tema hay voluntad política, algo en lo que nadie parece creer ya.
Modificar la Constitución en muchos de sus artículos, unos por obsoletos y otros a añadir para modernizarla y porque son necesarios hoy día.
Que la gente CREA que puede participar en una democracia qué, ni mucho menos, es solo votar cada cuatro años, a pesar de lo que interese a los partidos políticos.
Que se tomen en serio las pensiones, la sanidad, la educación, cuestiones éstas qué, en la mayoría de los países europeos son objeto de un consenso que aquí ni se intenta.
Que haya contrapesos en el Poder Judicial para que no esté solo en manos de los políticos.
En definitiva, que la ciudadanía tome conciencia de sí misma, algo que causaría, a muchos de los firmantes del Manifiesto Juancarlista, auténtico pavor.
Ya se tomaron demasiadas decisiones en nombre del pueblo soberano sin contar con él.
Es hora de llamar a las cosas por su nombre, de que se den pasos importantes de verdad, de que no cambien solo los ocupantes de los sillones, sino las políticas que se hacen desde ellos.
Que el cambio sea realmente un CAMBIO.
Hay que dar un paso más, es un paso importante y exigente, hay que ejercer la ciudadanía y, seguramente, ese republicanismo social solo lo podremos conseguir con otra manera de hacer esa política.
No nos quejemos de lo mal que se hacen las cosas, seamos agentes activos de nuestro propio futuro, del suyo ya se preocuparon en su momento los firmantes del vergonzoso documento que se ha publicado estos días, tomemos en serio la política, trabajemos por nuestro propio interés.
El bien común aún es un objetivo importante, luchemos por alcanzarlo.
ENRIQUE GÓMEZ ARNAS
Presidente ARMHA