Los fusilados de las pajaritas y los lápices

Mercedes SanchezNoticiasLeave a Comment

Artículo publicado en La Vanguardia el 13/03/2021 de Diego Marchena

 

Conchita Monrás y Ramón Acín, mártires de la Segunda República y del amor

Conchita Monrás y Ramón Acín

Conchita Monrás y Ramón Acín, con una pajarita, en 1927 Fundación Ramón y Katia Acín

Las figuras, que se están restaurando estos días, son idénticas a las que se instalaron en 1929 en el parque de Huesca, obra de un hombre bueno y noble: Ramón Acín. Una placa de metal en la base de sus hermanas barcelonesas de la calle Bilbao se limita a decir: “Las Pajaritas. Ramón Acín (1888-1936). Parque municipal de Huesca, 1929. Rambla del Clot de Barcelona, 1991”. La placa del conjunto de la Meridiana no da muchas más pistas…

 

Esta segunda inscripción, que sin duda aplaudiría el oscense Ramón Acín, reproduce el primer artículo de la declaración universal de derechos humanos: “Todo el mundo nace libre e igual en dignidades y derechos; y, dotados como estamos de razón y conciencia, debemos comportarnos fraternalmente los unos con los otros”. Ramón Acín, uno de los primeros fusilados de la Guerra Civil, dio la vida por defender estos valores.

A su mujer, la catalana Conchita Monrás, la mataron solo por eso: por ser su mujer. El matrimonio tenía dos hijas, de 11 y 13 años: Sol y Katia, a quienes la dictadura obligó durante años a responder por los nombres mucho más católicos de Marisol y Ana María. Esta es la historia de un monumento que recuerda que todos podemos romper los barrotes y volar, incluso las aves sin alas, incluso las pajaritas de papel…

Foto: Mercedes Sánchez, Pajaritas Parque de Huesca

 

Ramón Acín estaba predestinado a ser artista. Pintor, escultor y pedagogo de convicciones libertarias y anarcosindicalistas, tenía una personalidad desbordante. El periodista ácrata Felipe Alaiz (1887-1959), amigo de la infancia, publicó en 1937 gracias a la CNT una pequeña joya: Vida y muerte de Ramón Acín, reeditada en el 2019 por el sello Corazones Blindados. La obra también puede leerse en línea aquí.

La razón de una obra

‘Las Pajaritas’ de Barcelona

Los vecinos de la rambla del Clot de movilizaron en 1991 para embellecer este rincón de Barcelona con un monumento. Pero no había presupuesto. Josep Anton Acebillo, uno de los responsables urbanísticos de Barcelona’92, recordó entonces que en 1989 el hospital de Sant Pau albergó una exposición sobre Ramón Acín, que incluía una maqueta de Las Pajaritas. Acebillo se enamoró de esta escultura casi tanto como Ramón García-Bragado, gerente con Pasqual Maragall y concejal con Jordi Hereu. García-Bragado es, además, nieto de Ramón Acín. Él y Acebillo lograron que la Diputación de Huesca regalase a Barcelona una réplica del monumento. La otra fue encargada por la alcaldía al escultor Julio Luján.

¿Por qué los asesinaron? ¿Por qué Ramón y su esposa fueron uno de los primeros objetivos de los sublevados en Huesca contra la legalidad republicana? ¿Por qué el matrimonio no huyó a su segunda residencia de La Pobla de Montornès, en Tarragona, como les pidieron sus amigos? Solo tenemos una respuesta indiscutible para la tercera pregunta: Ramón y Conchita no huyeron porque jamás hicieron nada malo.

Foto: Mercedes Sánchez Redondo, Parque Huesca-Ramón Acín

 

Víctor Juan, profesor de Ciencias Humanas y de la Educación de la Universidad de Zaragoza, es autor de otra maravilla, Ramón Acín: en cualquiera de nosotros un pedazo tuyo, editada conjuntamente por el Gobierno de Aragón y la Fundación Ramón y Katia Acín. Él sí tiene respuestas para las dos primeras preguntas: “Quienes los mataron no soportaban que fueran felices”.

Ramón enseñó Dibujo durante veinte años, de 1916 a 1936, en la antigua Escuela de Magisterio de Huesca, la Escuela Normal de Maestros. El majestuoso edificio es hoy la sede de la Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación. Fue ante todo un maestro de maestros que defendió el poder transformador de la cultura y la educación. Jamás aceptó las injusticias y creyó en el arte como herramienta para transformar y mejorar el mundo.

“Id vosotros”, decía en un artículo de 1913 en el que denunciaba que solo los pobres morían en la guerra de Marruecos porque los hijos de los poderosos se libraban con dinero. Lo publicó en un semanario del que fue cofundador y con un nombre revelador: La ira, órgano de expresión del asco y la cólera del pueblo. Enemigo acérrimo de los oligarcas y aliado de los humildes, siempre supo cuál era su sitió y nunca lo abandonó.

 

Fue encarcelado varias veces durante la dictadura de Primo de Rivera, durante la monarquía de Alfonso XIII e incluso durante la Segunda República. ¿Los delitos? Sus artículos y sus ideales anarcosindicalistas. El fracaso de la sublevación de Jaca, que él apoyó para precipitar el izado de la bandera tricolor, lo obligó a exiliarse en París. Regresó tras la proclamación del 14 de abril. Una anécdota de entonces ilustra su carácter.

Con Tobi y sus dibujos

Con Tobi, hacia 1913,  Fundación Ramón y Katia Acín

Felipe Alaiz, ácrata como él, recuerda que su amigo participó al regresar del destierro en una cena con políticos como Indalecio Prieto. Todos dieron sus recetas para mejorar la sociedad, mientras él permanecía callado. Cuando le insistieron para que hablara, se levantó y se limitó a decir: “Adecentad las cárceles”. Según el erudito y apasionado biógrafo Víctor Juan, “sabía que la República no terminaría con la injusticia ni la desigualdad”.

Su aspecto era del de un campesino en armas contra Napoleón o de un guerrillero carlista. Sus patillas parecían las de un contrabandista de Merimée. Pero era tierno y bromista, capaz de pintarle un bozal a su perro Tobi para que paseara por Huesca libre y sin contravenir las normas municipales. Siempre tenía tizas y lápices a mano para tomar apuntes del natural o para anotar cualquier idea que se le ocurriera por la calle.

 

Fue íntimo de intelectuales de la época. Entre otros, de Federico García Lorca, Ramón Gómez de la Serna y Luis Buñuel, que pudo financiar gracias a su generosidad el rodaje de Tierra sin pan, su película sobre la depauperada comarca de Las Hurdes. El director estaba sin un céntimo y él le prometió que si le tocaba la lotería le ayudaría… Y le tocó: 150.000 pesetas del gordo de la navidad de 1932 por el número 29.757.

Las pajaritas fueron un icono de su bondad, de su vida y de su obra, no solo por el monumento de Huesca, seña de identidad de la ciudad (y cuyas réplicas de Barcelona por desgracia no son tan respetadas). Una vez liberó al pájaro de una jaula y puso en su lugar una pajarita de papel “para no ser el carcelero de nadie”. Juan Luis Buñuel, hijo del cineasta, decía: “A mi padre se le rompía la voz cuando hablaba de su amigo Ramón”.

Un retrato y un cuadro de Conchita, de 1920 y 1932

Conchita, en 1920 y 1932, Fundación Ramón y Katia Acín

 

La noche del 18 de julio de 1936 hubo una reunión de urgencia en el Gobierno Civil de Huesca. Él fue uno de los participantes. Pacifista hasta las últimas consecuencias, se negó a que se repartieran armas entre la población para evitar un baño de sangre. Al día siguiente, los sicarios de Falange y de Acción Ciudadana ya lo buscaban. Se ocultó tras un falso tabique de su casa, junto a uno de sus amigos, Juan Arnalda, zapatero.

Desde su escondite, cada día oía los llantos de sus hijas y las palizas y vejaciones que sufría Conchita. Con las mismas manos que pintó el bozal de Tobi le dibujó a su amigo un mostacho y le dio una boina para que nadie lo reconociera. Juan Arnalda pudo huir y murió en Bayona, en 1977, como tantos exiliados que nunca regresaron a España. Él se entregó a sus perseguidores el 6 de agosto para salvar a su mujer. No sirvió de nada.

La pareja

La pareja, en 1935, Fundación Ramón y Katia Acín

 

En una de sus estancias anteriores en prisión, Ramón Acín envió una carta a su familia con un dibujo de una pajarita. Cada noche, decía, “se escapa y vuela a casa para daros un beso”. La última vez que lo detuvieron no pudo hacer nada parecido. Aquella misma noche lo fusilaron en las tapias del cementerio de Huesca. Su indecente certificado de defunción sostenía que falleció “en refriega habida con motivo de la Guerra Civil”.

A Conchita Monrás la asesinaron el 23 de agosto, junto a otras 94 personas, seis de ellas mujeres. Sin pretenderlo y de la forma más cruel, los verdugos cumplieron sus deseos. “¡Donde vaya mi Ramón, voy yo!”, gritaba cuando se llevaban de casa a su marido (su chiqué, como ella lo llamaba). La última anotación en el expediente de su proceso, el mismo día del crimen, dice: “Es puesta en libertad en virtud de la Comandancia Militar”.

Sol y Katia se criaron con unos tíos y veneraron el recuerdo de sus padres. La mayor se acabó casando con el hijo de una familia del otro bando, Federico García-Bragado, secretario del Ayuntamiento de Huesca. Muchos años después, este funcionario logró abrir la fosa común de sus suegros y recuperar sus restos. Los identificaron por la ropa. Ramón nunca salía de casa sin unos lápices. Aún los llevaba en el bolsillo.

(Sol murió en 1998; Katia, en el 2004. Ramón y Conchita son objeto hoy de numerosos libros, estudios, homenajes y conferencias. Él da nombre a colegios, calles y becas. Tras poner el punto final, el autor de este artículo visitó ‘Las Pajaritas’ de la rambla del Clot. Permaneció allí un rato, reflexionando. Cuando se fue, dejó una humildísima ofrenda con el deseo de que vuele hasta sus verdaderos destinatarios. Una pajarita de papel.)

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