EL CURA DE LOSCORRALES, ASESINADO POR UN FALANGISTA EN SU CASA ABADÍA EN DICIEMBRE DE 1936

Mercedes SanchezNoticiasLeave a Comment

Al escuchar las tan repetidas referencias a la gripe de 1918, no puedo dejar de pensar en José Pascual Duaso, un cura nada común para su tiempo que cuando supo que en Torla, su pueblo natal, había 18 muertos por esta causa, acudió a la casa familiar y comprobó que en la localidad cerraban puertas y ventanas para evitar corrientes de aire. Él las abrió, de par en par en todas las casas, y gracias al aire puro y algunas dosis de aspirinas se acabó la mortandad en esta localidad de Sobrarbe.

Pero la historia de José Pascual Duaso no es relevante por este hecho, sino por su trágico fin en el pueblo de Loscorrales, donde murió asesinado por un falangista local en su propia casa abadía la víspera de la Nochebuena de 1936.

El exiguo número de curas que por oponerse a la barbarie fascista cayeron fusilados durante la guerra, no consta en la nómina de los elevados a la condición de beatos y mártires. El nombre de José Pascual Duaso no figura en la gloria de los escogidos para iluminar los altares, su asesinato alevoso no le otorgó tal privilegio.

Nacido en Torla el 4 de diciembre de 1880, a los 15 años fue enviado al Seminario de Huesca, siendo ordenado sacerdote en 1908. Tras asumir varios destinos tomará posesión en Loscorrales en 1921.

De familia de arraigo republicano e intensas relaciones sociales, José Pascual heredó de los suyos un sentido práctico de la vida y una vocación y aprecio indisimulados por las causas y las preocupaciones de la gente humilde. De tal manera que cuando llegó al que iba a ser su último destino levantó muchas sospechas y recelos por una llaneza y proximidad a la que los vecinos no solo no estaban acostumbrados sino que veían impropia de una autoridad como la del señor cura. Muy pronto cambiaron la percepción y mosén José se convirtió en un vecino apreciado, aunque no por todos.

«No sé si el mosen era republicano como mi padre –explica Dora Berges, hija del marmolista Francisco Berges, azañista acérrimo e íntimo amigo del cura–, o solo de izquierdas, pero de lo que no tengo duda es de que era un hombre con conciencia social, muy crítico, que no se callaba las cosas. No tenía miedo y no se arredraba ante nada. También era muy generoso, tenía palomas, pichones, vacas… y siempre que sabía de las necesidades de alguien, allí acudía a ayudar».

El testimonio de Dora lo subraya el sobrino del cura, Antonio Pascual, quien vivió largas temporadas con su tío en Loscorrales. «Le gustaba estar con la gente. Los domingos, después de la misa, se hacían corrillos en la plaza y se hablaba de todo, pero casi siempre de política porque el cura era prácticamente el único que recibía prensa y la comentaba con los vecinos. Tenía una radio, la única del pueblo, y la ponía en la ventana para que la oyeran todos cuando había algún acontecimiento importante y así estuvieran informados, como ocurrió en los días anteriores a la guerra. Tío cura era de izquierdas y no lo disimulaba. Con los ricos… –hace un gesto despectivo subrayado por una mueca que revela escaso aprecio–, no unía bien con ellos porque su actitud era socializante. Siempre tenía una moneda para una limosna, para invitar a un pobre, unas perrillas para comprar fruta y repartirla entre los chavales…».

Aficionado a la fotografía retrataba los acontecimientos sociales o religiosos más relevantes. Su casa estaba abierta para invitar al visitante a un vaso de vino, a un trozo de pan o a unas hebras de picadura para liar un cigarrillo. Tampoco carecía de habilidades manuales, fabricando los cartuchos que le servían para la caza, o cosiendo en una máquina que compró para ayudar a las mujeres del pueblo, incluso fabricaba muebles que luego regalaba a los más necesitados, llegando a recibir una denuncia del carpintero del pueblo por competencia desleal.

Cuando la sublevación de Jaca fracasó en las coronas de Cillas al lado de Huesca, muchos soldados levantados en armas por los capitanes Galán y García, huyeron de la refriega producida buscando un lugar donde guarecerse y esperar acontecimientos. Al entorno de Loscorrales llegaron algunos que fueron detenidos por tropas leales al gobierno y quedaron custodiados en pleno campo, en el frío final de diciembre de 1930, pero mosén José organizó una recogida de ropas, mantas y alimentos y socorrió a los ateridos militares de reemplazo, hecho que no pasó en absoluto desapercibido y engrosaría la larga lista de señalamientos culposos.

Un personaje local buscaba notoriedad a todo trance en Loscorrales, Antonio Ordás Borderías, un sujeto sin escrúpulos, ávido de poder e influencia, de ideología camaleónica y despótico proceder. Hijo de Benito Ordás, alcalde impuesto por los militares durante al dictadura de Primo de Rivera, cuyo reparto de tierras comunales en beneficio de los terratenientes y en detrimento de braceros sin propiedades, fue airadamente contestado por el cura. El propio gobernador civil hubo de intervenir ante el escándalo organizado por José Pascual.

La llegada de la República en abril de 1931 encendió en Ordás un anticlericalismo al que daría rienda suelta con carácter virulento tras afiliarse al Partido Republicano Radical Socialista, de marcado signo antirreligioso. Y aunque el cura tenía una excelente relación con el alcalde republicano, el cartero Esteban Bernués y el secretario local, Félix Carrasquer, padre de una saga de militantes anarquistas nacidos en Albalate de Cinca, el radical Ordás no perdía la oportunidad de enfrentarse con el mosen, quien además, había salido en defensa y ayuda de una vecina acosada insistente y tenazmente por éste.

Cuando en agosto de 1933 se levantó la prohibición tocar las campanas y otras manifestaciones religiosas, el cura convocó a los feligreses y se realizó la tradicional procesión, «pero Ordás, que era alcalde desde las elecciones de mayo, y los suyos salieron con palos, con horcas, con aperos de labranza y rompieron las cruces, las peanas… –rememora su sobrino Antonio– , rompieron todo y pararon la procesión». El cura denunció en la Guardia Civil de Ayerbe a los que habían intervenido, pero no pasó nada.

Menudearon los enfrentamientos y encontronazos entre Ordás y José Pascual que fue sancionado por el Ayuntamiento en varias ocasiones por todo tipo de cuestiones, con frecuencia provocaciones del propio alcalde, en particular durante el bienio negro, en el que el pueblo sufrió el autoritarismo, los antojos políticos y desmanes económicos que Ordás y su camarilla extendieron sin cuento.

Las elecciones de febrero de 1936 trajeron como alcalde al socialista y miembro de UGT José Lasierra Carrey, pero Antonio Ordás, del que ni siquiera los suyos se habían fiado como candidato, no quiso renunciar al ejercicio de un macabro protagonismo, de manera que comenzó a acercarse a la Falange, en la que llegaría a integrarse con la misma naturalidad interesada que le había servido para militar antes en el republicanismo.

En Loscorrales triunfó el golpe de estado y la represión desatada fue brutal contabilizándose, al menos, veintidós asesinatos tras los que la sombra de Ordás siempre estuvo presente, constituyendo su colaboración con la limpieza de enemigos de la patria el salvoconducto para blanquear su pasado izquierdista. El cura no tuvo empacho en denunciar los crímenes, incluso en un acto de bendición de una bandera de Falange y ante los prebostes más señalados del militarismo en la zona sublevada de la provincia. Ordás, jefe de FET y de Acción Ciudadana denunció al cura ante el Obispado, ante las autoridades militares y en cada oportunidad que le brindaban sus contactos con los jefes del cuartel general establecido en Ayerbe. Incluso redactó una lista de izquierdistas locales que en el registro de un pajar fue hallada «casualmente» incriminando entre otros al párroco.

Logró una orden de arresto contra José Pascual y organizó un operativo para entregársela en la propia casa abadía el 22 de diciembre de 1936. Poco antes de las diez de la noche, con las luces de la calle apagadas y en medio de una espesa niebla, Antonio Ordás y dos conmilitones falangistas llamaron en la puerta del párroco y cuando este abrió, le entregaron el documento y le descerrajaron varios disparos de escopeta que acabaron con su vida. Aquellos días de la Navidad de 1936 alguien escribió a punta de navaja en un banco de la iglesia: «Antonio Ordás, matacuras». Nadie en Loscorrales volvió a nombrar al asesino por su nombre.

En diciembre de 1939 un terrateniente que había tenido una gran relación con José Pascual y con alguna de las víctimas de Ordás, Manuel de Parada, logró que lo detuvieran para averiguar las circunstancias del asesinato, ingresando en la cárcel de Huesca junto con sus dos acompañantes en la aciaga noche del crimen, pero el juez, luego de distintas pruebas y declaraciones los puso en libertad en diciembre de 1941 quedando la causa sobreseída.

José Pascual Duaso hubo de esperar hasta 1950 para que su amigo Francisco Berges, marmolista y republicano de Azaña, se atreviera a poner una lápida en su tumba. «Matacuras» nunca volvió a Loscorrales.

Víctor Pardo Lancina

NOTA: El relato completo en PARDO LANCINA, Víctor (2009), «Tiempo destruido», Zaragoza, Gobierno de Aragón.

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