Si hace unos días celebramos el recuerdo de las ilusiones republicanas de todo un país, hoy lo hacemos con la efemérides de una revolución pacífica, la Revoluçao des Cravos, cuando los claveles taparon la boca de los fusiles.
Un ejército cansado de una cruel y absurda guerra colonial, le puso fin dando carpetazo al régimen que la mantenía.
Fue fundamental esta intervención pues, en las sociedades modernas, desde mucho antes de la revolución rusa, con ejercicios permanentes y poderosos (al menos en comparación con las masas populares), sin el apoyo militar no se puede ganar una confrontación bélica.
Y de ahí la pregunta, ¿revolución, que revolución?
Hace ya decenios que la izquierda ha vuelto la mirada a los socialdemócratas como única opción de cierto cambio en las relaciones sociales.
Las sociedades capitalistas democráticas se blindan ante cualquier posible cambio del «statu quo» con constituciones y ordenamientos jurídicos.
La sociedad ni siquiera se plantea hoy la posibilidad de una revolución, y sin embargo, la revolución, aunque asuste a lo que ahora ya no son «masas populares» sino electorado, es más necesaria que nunca.
El capitalismo está destruyendo el planeta, dejando sin opciones a las generaciones futuras y al Tercer Mundo, ya hoy en día.
Las crisis organizadas desde el propio sistema y que son testigos de su decadencia, dejan un mundo cada vez más desigual.
Los gobiernos, también los de carácter progresista, son impotentes ante el mundo del dinero, que es quién realmente controla el poder.
Con estas perspectivas, y con una opinión pública completamente manipulada por los medios que solo trabajan para el sostenimiento de sus dueños, la opción revolucionaria parece completamente obsoleta.
El camino se ve claro: decadencia, asfixia del ecosistema, desigualdad brutal… el triunfo del neoliberalismo ganador de la guerra fría a nivel planetario, así que o retomamos las riendas y buscamos alternativas, o el mundo distópico será cada vez más real.
Hay que llegar a un «nuevo contrato social», unir fuerzas y que los propios dueños del dinero, como explicaba Piketty, y del poder, vean que la vaca necesita pastos para poder seguir siendo ordeñada, lejos ya de hacernos la ilusión de desbancar a esa élite solo queda hacer entender al mundo que o negociación o debacle para todos.
Esperemos que la ambición ciega que siempre ha regido los deseos humanos deje pasar una rendija de luz a través de su venda.
Enrique Gómez Arnas
Presidente Armha