Escucho, a través de la radio, el enésimo intento, esta vez mediante un documental, de aproximarse a la controvertida figura de Miguel de Unamuno.
Enigma, aprovechamiento, versiones… palabras para intentar explicar sus contradicciones. Y sobre todo, se le califica de víctima del franquismo.
Y lo fue sí, porque el desencadenamiento de la mayor ola de violencia de la historia de España provocado por el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. También le alcanzó, de alguna manera, a él.
Los franquistas estaban encantados de gozar del apoyo intelectual de un anarquista convertido al catolicismo de su prestigio y renombre.
Cuando don Miguel vio como los supuestos liberadores de la patria asesinaban a sus amigos a mansalva, le volvieron las dudas y, al expresarlas, decidieron esconderlo y darle la espalda.
Ya habían matado a García Lorca y el crédito mundial de su asonada iba a quedar mucho más tocado de dejarse llevar por la «solución» que habitualmente aplicaban a estos «problemas».
Hace poco se exhumó a María Domínguez, así, sorpresivamente de un día para otro.
A mí, como memorialista, me preguntaron cuál era mi opinión. Efectivamente me congratulé, como no podría ser de otra manera, con que una víctima del franquismo, asesinada por ser mujer, por ser progresista y por atreverse a reivindicar su derecho a participar en política, fuera recuperada y sus restos recibieran el digno trato que merecían… pero, afirmé que ésta es una mujer, una persona más, de las miles que aún permanecen bajo tierra esperando esa misma dignificación y que se la merecen tanto como nuestra admirada alcaldesa, y estos, al parecer, siguen sin preocupar demasiado a quienes han promovido tan digna operación.
Y es que tanto en el caso de Unamuno, a nivel privado, como en el de María Domínguez, en el público, estamos ante la excepción, no ante las políticas de memoria que una democracia completa y digna deberían promover.
La política de gestos no sirve para sentar las bases de una convivencia pacífica.
Es triste que tengamos que recordar, un año más, que ya vamos tarde, que urge cada vez más que se explique a la sociedad española el alcance que todavía tiene la pervivencia del franquismo sociológico en nuestros días.
Franquismo sociológico es aceptar, sin discusión alguna, la monarquía qué fue designada como sucesora suya por el dictador. También lo es aceptar que «el que manda» en una especie de remedo moderno del «vivan las cadenas» y que nos obliga, al parecer, a aceptar la corrupción de esa misma monarquía y de un gran porcentaje de los políticos qué, por cierto, la defienden a capa y espalda.
Franquismo sociológico es la connivencia muy evidente de la policía con la extrema derecha, pero también el que el 70% de los jueces y muchos políticos sean conservadores evidentes de apellidos de rancio abolengo, siendo estos estamentos cotos cerrados para cualquier progresista que pretenda cambiarlos.
La aceptación de los insultos a las víctimas del franquismo, en un país en el que no se admite ni una broma sobre las víctimas del terrorismo, también procede de esos largos decenios en los que la brutal represión era aceptada por una «mayoría silenciosa» que aprendió que lo mejor era no «meterse en política».
Ahora la desafección con la democracia es un mal galopante que parece crecer y mutar, en ocasiones, hacia un mayor aprecio por la polarización.
Las políticas de memoria nunca se han dado en serio, porque no se atrevieron nunca los perpetradores de la transformación conocida como la «transición» a mostrar públicamente hasta donde llegaron los excesos del franquismo, quizás temían, con razón, que se les pidieran cuentas que nunca se iban a poder ni querer pagar.
Enseñar lo que sucedió, tras decenios de mentiras, tergiversaciones y silencio.
Dar voz y justicia o, al menos, reparación a esas víctimas del franquismo que aún están esperando que se de ese mínimo reconocimiento oficial y público.
Condenar el franquismo en sede parlamentaria.
Reconocer y subsanar, en la medida de lo posible, el expolio económico y moral sufrido desde la Guerra Civil hasta el final del franquismo.
Hacer un banco estatal de ADN.
Que las exhumaciones se hagan, como mínimo, a petición de los familiares o de oficio por el propio Estado.
Incluir en el currículum educativo la explicación de la verdad histórica sobre la República y la magnitud de los crímenes franquistas.
Todo esto no es baladí, no es algo que se pueda dejar para mañana, esto es sentar las bases de la convivencia democrática; no es guerracivilismo, es el intento por parte de una sociedad verdaderamente democrática de inyectar cemento para solidificar el barro sobre el que ahora está asentada.
Y mientras nuestros dirigentes no lo vean así, y solo memorialistas e historiadores se preocupen por estos temas, seguiremos viendo más desafección por la política por parte de la sociedad, más crecimiento de la polarización que citaba antes, y más apoyo a las posiciones de la ultraderecha.
Hoy, en los homenajes que estos días hemos celebrado para conmemorar a las víctimas del franquismo, un año más tenemos que volver a esperar a que el próximo, por fin, nuestras autoridades democráticas se tomen en serio la reivindicación y el conocimiento de ese pasado traumático para construir un futuro más sólido y esperanzador.
ENRIQUE GÓMEZ ARNAS
PRESIDENTE ARMHA