Martín Villa, la transición y otras fábulas

Enrique Gómez ArnasNoticias, Publicaciones y ArtículosLeave a Comment

Resulta paradigmática toda esta historia del otrora temido Martín Villa, un hombre representativo absolutamente de cuando el Ministerio del Interior se llamaba de Gobernación, algo así como el cambio de denominación del Ministerio de la Guerra por Ministerio de Defensa, mismas funciones pero mejor eufonía.
El paso de la dictadura a la democracia fue un trágala más de nuestra historia…en este caso con consecuencias felices para las partes implicadas, aunque siempre despreciando a una minoría, en este caso, a las víctimas del franquismo.

Quiénes pensamos que se trataba de una «política de lo posible» (dada la negativa correlación de fuerzas en ese momento histórico y el temor a una más que probable involución) y se dejaría para más adelante, cuando el nuevo régimen estuviera más asentado, el reconocimiento a las citadas víctimas. Estábamos más que equivocados.
En otros países con transición desde regímenes autoritarios a sistemas democráticos, las leyes que aseguraron la impunidad de los victimarios fueron cayendo, acabando así con la impunidad de los mismos.

Sin embargo, en España, tras cuarenta años de «Régimen del 78» nuestra democracia no ha sido capaz de poner a cada elemento político en su sitio.
La existencia aún de esa ley trampa preconstitucional de Amnistía, ha perpetuado una norma legal de «Punto Final y Obediencia Debida» a la hispana, y hoy sigue siendo, acríticamente, defendida por personajes de la izquierda parlamentaria. Cada vez que lo hacen están, conscientemente, legitimando la impunidad franquista.
Si bien el, prácticamente extinto PCE, aceptó las normas impuestas por el post-régimen franquista para la implantación de la democracia en España, posteriormente ha exigido la revisión de dichas reglas escritas y no y sus consecuencias legales…no así el PSOE, que fue derivando hacia el liberalismo descaradamente en lo económico y hacía un conservadurismo neo monárquico en lo político.

Aún hoy siguen defendiendo, a capa y espada, a individuos como Martín-Villa y ensalzando a figurones de la derecha como adalides de la democracia.
Contemos las cosas como son y no con fábulas sobre el perdón, la reconciliación y otros eufemismos de la realidad política del final del franquismo.
Lo cierto es que, contubernios aparte, la lucha heroica de una pequeña parte del pueblo español contra la dictadura no había tenido consecuencias políticas cuando Franco murió en la cama.
La mayor parte de la sociedad estaba anestesiada por el «franquismo sociológico» una fórmula conseguida base base de años de mentiras, tergiversaciones, control de los medios de comunicación, Nodo, adoctrinamiento educativo, desarrollismo económico y brutal represión.

Un «franquismo sociológico» que aún llega hasta nuestros días.
El Régimen seguía incólume, pero sabían ya que las dictaduras en el seno del «mundo libre» no quedaban bien y tenían fecha de caducidad, había que adaptarse a los nuevos tiempos.
Los socialistas venían con buenas cartas europeas de presentación, sobre todo alemanas.
Los «eurocomunistas» ya no obedecían a Moscú y se habían hecho rojigualdos por el bien del país.
Los extraparlamentarios, infiltrados por la policía, represaliados, no suponían ninguna amenaza seria.
¿Qué pasaba entretanto con los detentadores del poder, con los herederos del franquismo? pues que, quitado de en medio el valedor del continuismo franquista, y apoyándose en nuestro muy europeo y campechano monarca (eso si, designado por el propio Franco) pactaron con la izquierda «moderada» la construcción de un nuevo régimen.
Fuerzas Armadas, policía, Judicatura, estructuras burocráticas, todo sería salvado todo seguiría igual, todo un ministro Secretario General del Movimiento lideraría el timón (buen comienzo) y su mano derecha, nuestro Rodolfo, a pesar de las acusaciones del búnker, destruiría las pruebas de la masacre franquista y mantendría las calles bajo el férreo control de siempre a pesar de la muerte del dictador.

Hoy tiene prebendas y reconocimientos de todo signo político y tiene la desfachatez de entender que su control sobre la policía que disparaba a matar a obreros y manifestantes por órdenes superiores podría ser objeto de persecución penal ordinaria, pero nunca, por no ser «sistemático», serían crímenes de lesa humanidad. Eso es entender que la persecución franquista, las torturas policiales de la dictadura, la impunidad que venían sin solución de continuidad desde ese propio franquismo, ya no eran crímenes contra los derechos humanos, ahora eramos demócratas no podían por tanto serlo; cambiar el nombre y cambiar las consecuencias, aunque en esencia, los actos sean los mismos.
Pues si, así se repartieron el pastel tanto político como económico y se olvidaron, como digo, de las víctimas del franquismo y de la transición posteriormente. Creyeron que, igual que se cambiaban las denominaciones, el olvido haría el resto.

Pero una sociedad democrática que se construye sin bases sólidas sobre la impunidad, la injusticia y el olvido, es como una herida tapada sin curar, acaba supurando.
El pus, en forma de extrema derecha franquista, algo hasta hace poco ocultado pero nunca desaparecido, hace extrema al resto de la derecha y el diálogo y el consenso se convierten hoy día en una quimera. Mientras tanto, toda una generación (ya más de una en realidad), ignorante de nuestro pasado, desconociendo las tretas de los nuevos fascistas, se lanzan a apoyarlos, como consecuencia directa de la nula aplicación de verdaderas políticas memorialistas en nuestro país.

Las nuevas instituciones, los trajes y las corbatas, los coches oficiales, los grandes salones de actos, los despachos…todo eso ha obnubilado a toda una generación completa de políticos, que consideraban suficiente el ejercicio del voto cada cuatro años para asentar su estatus.
Pero la realidad siempre tiende a modificarse.

Los actos y las inacciones de hoy nos llevan a destinos muchas veces indeseados mañana.
La democracia se asienta ejerciéndola y participando de ella.
La amnesia forzada no dura para siempre. Esperemos, por el bien de todos que, aunque no hayamos hecho gran cosa para evitarlo, ese pasado oculto no vuelva a alcanzarlos nunca más.

Enrique Gómez
Presidente ARMHA

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