Resultados de gen rojo

m.s.Artículos de opinión

Estos días se comentaba en las redes sociales como un locutor deportivo, al ver una bandera franquista, afirmaba que esa no era la que tendría que ser mostrada en las gradas «afortunadamente». Una señora valorándolo, decía que a esos jóvenes que portaban la bandera «los metía yo en la máquina del tiempo, a ver si les gustaba tanto el franquismo».

Dicen las encuestas que, una gran mayoría de votantes de Vox, son jóvenes varones, blancos, que ni de lejos han conocido esa España gris, represiva y espeluznante.

Ellos solo saben que tenían controladas a las mujeres, mientras que ahora se les suben a las barbas; que no había inmigrantes ni ocupas; que se pasaban por el forro a los ecologistas; que los toros y los desfiles eran nuestra máxima expresión cultural y, que esa la cultura, era algo sencillo, pues en cuanto un artista intentaba hacerte pensar lo metían en el trullo, vamos, que era el paraíso.

De lo que no nos damos cuenta es de que esa «máquina del tiempo» ya la tenemos: se llama enseñanza. Una enseñanza bien trabajada, con participación de todos sus actores, cercana, que les haga ver por que vicisitudes hubieron de pasar nuestros familiares de las generaciones anteriores para llegar a donde estamos ahora.

Enseñar que la democracia hubo de ser defendida frente a gentes que, aún hoy, fusilarían a «veintiséis millones de hijos de puta», que aquí se torturaba y se metía en la cárcel por pedir las libertades más elementales, esas de las que los que blanquean el franquismo gozan para poder decir estupideces como que esto es una dictadura.

¿ Dónde estarían esas diputadas de extrema derecha que echan pestes de las feministas y del «sanchismo» si viviéramos en su añorado paraíso franquista? pues en su casita y con la «pata quebrada».

No hace falta «máquina del tiempo» con saber un poquito de historia nos valdría y eso hay que enseñarlo porque no conocerlo es muy peligroso para las libertades y para la convivencia.

Vallejo-Nájera, el psiquiatra militar franquista, afirmaba que hay gente que nace con un «gen rojo». Sus teorías eran tan esperpénticas que asustaban hasta los nazis.

Hizo, incluso, experimentos con presos de las Brigadas Internacionales para ampliar su campo de exploración, apoyando sus teorías.

El no podía comprender la rebeldía, para este señor no aceptar la explotación del hombre por el hombre, la evidente «necesidad natural» de la sumisión de la mujer, luchar contra las jerarquías, querer romper el «orden natural» de las cosas, ser irreligioso o directamente ateo; no eran cosas naturales, solo podían deberse a una malformación genética, este era su concepto de lo que sería una libertad ideológica. Por eso, además, apoyó la eliminación de la gente que ya había desarrollado esa «enfermedad» y dando a sus hijos a otras «buenas familias» para intentar corregir esa tendencia antinatural, justificando el robo de los bebés.

Reeducar y encauzar, es decir, adoctrinar.

Y adoctrinar es lo contrario de la pedagogía.

La enseñanza ha de crear espíritus críticos, gente que piense por sí misma, que tenga criterio. La ideología vendrá por otros cauces: la familia, el ambiente social, las influencias de personas que nos marquen en nuestra formación, no un «gen» ni un, insisto, adoctrinamiento.

Echamos a faltar espíritu crítico y falta de conocimiento sobre nuestra historia más reciente.

La convivencia con los demás, sean cuales sean sus características raciales, sexuales o sociales en general, es algo que ha costado muchísimo conseguir.

Alcanzar un cierto grado de justicia social y un desarrollo, aunque sea mejorable, del Estado del Bienestar (sanidad, educación, servicios sociales, derechos civiles…) costó sangre, sudor y lágrimas.

Quienes apoyan a los nostálgicos de la dictadura creen que los logros sociales de los que gozan son inamovibles y que apoyar a esa opción no tiene consecuencias que hagan peligrar ese estatus, se equivocan, puede que te guste (dejándote llevar por tus más bajos instintos) que desde esas bancadas metan caña a lo «políticamente correcto», eso que tanto te toca las narices (por no decir otra cosa), pero que no te quepa duda: la regresión y la pérdida de derechos son directamente proporcionales al aumento de la influencia de estas gentes en la política.

Seamos críticos, veamos por nosotros mismos quién es el verdadero enemigo, sino pronto tal vez ya no haya vuelta atrás.

Ese «gen» no existe, nuestro cerebro y nuestra empatía, sí. Procedamos en consecuencia.

Enrique Gómez

Presidente de ARMHA

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