Siempre recuerdo las palabras de ese gran provocador, incómodo por su independencia intelectual para todo el mundo, Pier Paolo Pasolini, refiriéndose al mayo del 68:» Veo muchos proletarios corriendo por la calle estos días, pero todos llevan casco y porra.»
El fascismo, tal y como se le conoce históricamente, es un movimiento contrarrevolucionario surgido, precisamente y no por casualidad, tras la Revolución Rusa.
Las clases dirigentes europeas vieron con alivio como en la Alemania de los Freikorps y la Italia fascista de los años 20, las fuerzas anticomunistas levantaban banderines de enganche para desunir y combatir a los émulos locales del bolchevismo.
Pero, en puridad, la existencia de pre-fascismos, es decir, de fuerzas para controlar a las masas populares, viene desde el Neolítico, con la aparición del precapitalismo, sí hemos de hacer caso a las teorías marxistas, (usadas, incluso por los más acérrimos partidarios del libre mercado, aunque sea para conocerlas y combatir sus consecuencias).
Cuando un ser humano, que veía como podía domesticar a la naturaleza y que ésta le diera sus frutos no esporádica sino regularmente, colocó unos postes delimitadores de un terreno para reivindicar su propiedad y nadie hizo nada para impedírselo, empezó la historia de la desigualdad humana.
Por primera vez se produjeron excedentes y con ellos el intercambio, ya que no existía la moneda; algunas consecuencias fueron positivas, como el desarrollo del lenguaje escrito y las matemáticas, por obvias razones.
Pero esto era difícil de mantener por sí mismo en territorios cuya única ley era la fuerza hasta la aparición de los primeros aparatos administrativos.
Así que el terrateniente, tuvo que usar a algunos de los más fuertes de su poblado, para que defendieran «sus» tierras. Para ello, les pagaba con una parte de su producto, un intercambio de bienes por servicios.
Y desde entonces, hasta ahora.
El lacayo del poderoso asume el derecho de éste a serlo, infravalorando su propia posición en la sociedad.
A cambio de migajas, el fascista está dispuesto a traicionar a su clase ( ya que él también pertenece a las clases populares), se intoxica con ideales huecos, carentes de cimientos materiales sólidos, con banderas, canciones y parafernalia generalmente militar o paramilitar, y desea diferenciarse de sus hermanos de clase, siendo el matón del aula , que defiende acríticamente al privilegiado, a cambio de una soldada o del simple elogio de ser admitido en el círculo de la élite, aunque sea en la parte más externa del mismo.
Recuerdo que, en nuestra ingenuidad hippie del mayo del 68, dándonos cuenta de esto y para conseguir el equilibrio natural de las fuerzas, es decir, que las clases populares (obviamente más numerosas) tuvieran el peso social que les correspondía, abogábamos por la re-educación de los fascistas e, incluso, de las clases burguesas.
Era la época de la antipsiquiatría, del amor libre, de la revolución pedagógica y de las comunas. Paz y amor.
Por primera vez en la Historia, se afirmaba que había posibilidades de convencer a los proletarios intoxicados por el capitalismo, para que volvieran a estar de parte de los suyos.
Me parece que, por desgracia, el tiempo nos ha puesto en nuestro sitio y nos ha devuelto a la cruda realidad.
Sin votos del proletariado, los amos del mundo tendrían que refugiarse tras otros regímenes políticos menos amables que la democracia burguesa, y cuando tienen que hacerlo, lo hacen.
Pero ahora, así son las cosas.
Hay muchas personas que aceptan que el privilegiado lo es por méritos propios o por derecho natural. Es la clase obrera no concienciada qué, por tanto, se desclasa a sí misma.
Hago ésta reflexión hoy, porque estamos viendo que los fascistas, ya no ocultos, están saliendo también a las calles; ya no es solo que recolecten votos, es que empiezan a dar el paso de tomar el espacio urbano, que es el comienzo de la intimidación social.
Ya no les vale con los medios de comunicación, tampoco con las «fake news» y con el control de las redes sociales.
Y es un paso importante.
La Historia nos ha enseñado ya de lo que son capaces.
Recordemos quiénes son, veamos qué estrategias hay que plantear para contrarrestar sus acciones.
Lo que hay que perder es mucho.
Salgamos de nuestro cómodo espacio de bienestar y unámonos, porque, como hemos visto a lo largo de la Historia, ellos siempre lo hacen.
No sé en qué deberemos hacer más hincapié para conseguirlo.
Ojalá tuviera la solución.
Pero no hay soluciones mágicas, hay que buscar las maneras.
Y mientras, una vieja consigna que nos anime a trabajar en ello:
“El pueblo unido, jamás será vencido».
ENRIQUE GÓMEZ ARNAS
PRESIDENTE ARMHA