Nadie podía esperar un horror como el que se nos vino encima en julio de 1936.
Es cierto que hubo situaciones violentas que se vivieron muy habitualmente en el discurrir de la historia de este país, pero este despliegue de medios para eliminar físicamente a una gran parte de la ciudadanía tardó en entenderse, en asimilarse ya que no resultaba creíble.
El golpe, planificado desde hacía mucho tiempo, por los elementos más reaccionarios de las élites hispanas, no sería uno más. Desde el principio las instrucciones de «el director» (el general Mola) fueron las de aniquilar, es decir asesinar, a todo aquel que, por cargo o simpatías, hubiera estado relacionado con el régimen republicano o hubiera militado contra los intereses de los verdaderos dirigentes del país, la clase elegida para regir los destinos españoles por derecho natural, según ellos, claro.
Una ciudad como Zaragoza, la segunda en número de militantes de CNT de España tras Barcelona, cayó por engaños, falta de valor de las autoridades republicanas y traición del general Cabanellas que, al parecer amenazado, olvidó sus lealtades a cambio de salvar su propia vida.
Los asesinatos comenzaron enseguida.
Desde el cuartel de Castillejos y la capitanía general se planificó científica y sistemáticamente la represión. Elementos paramilitares: falangistas, requetés y de Acción Ciudadana, dirigidos por militares buscaban, listados en mano, a los miembros de partidos y sindicatos, así como a todo simpatizante de la República.
Detenidos pasaban por las diferentes e infames «chekas» de la ciudad, donde se les «tomaba declaración» (es decir, se les sacaba información mediante vejaciones y torturas), para seguir ampliando la búsqueda de «desafectos»; de ahí a la terrible cárcel de Torrero que, pese a sus ínfimas condiciones y su hacinamiento siempre se mantuvo funcionando, por el simple método de sacar el exceso de población reclusa en dirección al cercano cementerio de Torrero donde, tras ser fusilados, eran arrojados a fosas comunes.
Tras la guerra se intentó justificar estos crímenes de lesa humanidad aduciendo que se acabó con personas que habían cometido «delitos de sangre», ¿qué delitos podían haber cometido estas personas ejecutadas ilegalmente al principio de la guerra?
En otros lugares de la ciudad también se vivió una orgía sangrienta de horrores: Valdespartera, la ribera del Ebro, Movera, todos los pueblos circundantes, etcétera.
Desde el principio de la guerra, ante la inesperada resistencia del pueblo español al golpe militar, se vio la necesidad de volver a unir el corredor Barcelona-Madrid, que resultaba de enorme interés estratégico.
Columnas de milicianos intentaron avanzar hacia Zaragoza (también para aliviar el frente Norte).
Se aproximaron también por el sur hacia la capital aragonesa.
Concretamente, en Fuendetodos, se entrenaban milicianos anarquistas con el objetivo de infiltrarse en Zaragoza para retomar la ciudad de manos de los facciosos. Pronto se vio que, dada la correlación de fuerzas, tal misión sería suicida. No obstante, se creó una red de inteligencia que recababa información con los militantes de Zaragoza, que estaban en contacto con los columnistas a través de la ruta que llevaba a Fuendetodos, en manos republicanas.
Los fascistas, entretanto, hicieron obras de construcción de búnkeres para impedir el paso de las tropas populares hacia la capital; sin embargo, la ruta que rompía nocturnamente esta red defensiva, se estabilizó creando diferentes expediciones que, normalmente, a la vez que traían la información recabada por la estructura zaragozana salvaban a cientos de personas de una muerte prácticamente asegurada.
El esfuerzo de estas personas, que arriesgaban su vida para salvar a muchos de sus semejantes, como tantos actos heroicos, fue ocultado durante décadas.
Hubiera sido mucho más fácil atravesar los montes con conocimiento del terreno, armados entrenados y ligeros, pero decidieron llevar consigo a cuantas personas pudieran salvar, como digo, arriesgando mucho más sus propias vidas. Aquí no valía eso de que había, sobre todo, que salvaguardar la vía de información, como suele hacerse desde la lógica militar, aquí lo necesario por encima de toda otra consideración, era ese espíritu humano y de apoyo mutuo por encima de cuestiones estratégicas. Sería muy largo relatar aquí las diferentes expediciones de las que se tiene noticia, baste decir que la red estuvo operativa casi desde el principio de la guerra hasta mediados del año siguiente, que fue desmantelada, pagando con su sangre algunos de sus miembros: «lo más que podemos perder es la vida», decían ellos, y así por desgracia, algunos sufrieron este lema.
A través del historiador Alejandro Diez Torre y citando a Abad de Santillán, tuvimos noticia, en las jornadas de otoño sobre memoria histórica en Torrero -La Paz, de la existencia de estos heroicos hechos.
Para dar a conocer, conmemorar y homenajear a los miembros de esta red de evasión, las asociaciones de vecinos de La Paz y Venecia y la Asociación El Cantero, así como la Asociación por la recuperación histórica de Aragón, decidimos hacer una marcha nocturna de 41 km abierta a cuantos quisieran participar, desde Fuendetodos hasta Torrero (Zaragoza) cada año, siempre a finales septiembre principios de octubre.
Este año, como los otros, se reunieron los compañeros participantes en Torrero, salieron para Fuendetodos, de allí, sobre las 19:30, se comienza la andada con algunas paradas; sobre las doce se procede a la cena. Aproximadamente a las 3, normalmente en vivac, se detiene la marcha para descansar hasta las 7 de la mañana. Desayuno y a cubrir el resto de los, aproximadamente, diecisiete km restantes; siempre sale una comitiva al encuentro de la columna, que acompaña a la expedición hasta el parque de la Paz, donde se realiza una fiesta de bienvenida y recuerdo a esa red solidaria que, al menos para muchas personas aún, nunca será olvidada por los valores que transmite y por la causa que defendía.
Este año fue «pasado por agua» pero esto no arredró a los intrépidos «andarines» recordando que, hoy y esperemos que así siga siendo durante mucho tiempo, el enemigo solo es el agua: los peligros que nuestros compañeros de antaño enfrentaron fueron mucho más letales. Confiamos en que estos hechos nunca se olviden, por nuestra parte eso no pasará y, cada año, seguiremos recordando esas noches de sacrificio y solidaridad.
Enrique Gómez Arnas (ARMHA)