Banderas

Mercedes SanchezNoticiasLeave a Comment

Hay buena gente, amigos, que nos interrogan extrañados, a la gente de izquierdas, por nuestra aversión a la enseña nacional de España.

Se muestran sorprendidos de que está bandera no haya sido normalizada y homologada por toda la sociedad española, como sí sucede en otros países, siendo aceptadas las suyas incluso entre personas de ideologías enfrentadas.

Vaya por delante mi poco afecto por las insignias distintivas de los países, creo que la creación de los Estados nacionales, con toda su parafernalia de símbolos y colores, no ha supuesto, a la larga, más que la renuncia definitiva al proyecto de solidaridad humana mundial, que algunos habríamos, ingenuamente, anhelado.

Era mejor cuando, en las Olimpiadas, iban los deportistas desnudos; ahora sería inimaginable, no tanto por pudor, como por orgullo nacionalista.

Pero, dicho esto, se debe reconocer que la historia de los símbolos patrios es de todo menos neutral.

Ser catalán o vasco en España, es muy distinto a serlo en Francia; allí, estas nacionalidades, se encuentran cómodas bajo la bandera tricolor de la Revolución Francesa.

En Alemania ser partidario de los colores negro, blanco, y rojo es ser enemigo de los colores negro, amarillo y rojo. Ellos conocen su historia y saben que los nazis escogieron sus colores, no por casualidad, el Reich distaba mucho de ser democrático.

Ya en nuestro país, hablar de los colores republicanos, siempre suscita controversias.

Es cierto que, en un principio, la burguesía y la nobleza reformistas de Cádiz y «la Pepa», querían superar los colores dinásticos por una bandera nacional que uniera a toda la ciudadanía, que se lo digan a Mariana Pineda, que pagó con su vida estas aspiraciones de progreso.

En el siglo siguiente, romper con la bandera que había sido unida por la Historia a la monarquía española, era una aspiración ideológica de un pueblo que se puso bajo la tricolor, como símbolo del cambio de régimen que se deseaba conseguir; al igual que en tantas revoluciones nacionalistas europeas del siglo XIX.

No es casualidad que en la última película de Amenábar, la primera escena sea un fundido a color de una bandera republicana y la última un fundido inverso a blanco y negro con una enseña rojigualda, un símbolo de los tiempos oscuros en que el golpe y la guerra habían vuelto a sumir a España.

Por eso la incomodidad de los últimos de Mauthausen con el Gobierno español y su bicolor, en unos homenajes qué, pretendiendo satisfacerlos, los incomodaron. Esa era la bandera contra la que habían luchado, esa era la bandera que tenía los colores que los convirtieron en apátridas.

De ahí el malestar de la izquierda cuando tuvo que tragar, tras la dictadura, con la monarquía y sus símbolos, apenas diferenciados de los del régimen franquista.

Estamos muy lejos de que las banderas y los símbolos asociados a nuestra identidad nacional nos dejen indiferentes.

Tampoco es casualidad que aquellos a los que la democracia y la libertad les ha resultado una incomodidad histórica de concesiones a las clases populares, se envuelvan siempre en esos mismos colores. No es que se hayan apropiado de ellos, es que en la Historia de España siempre han simbolizado algo que les resulta muy querido, frente a quienes, en su lucha por el progreso de la sociedad, escogieron poner un color más en su bandera, remarcando aquello por lo que estaban dispuestos incluso a sacrificar su vida.

La bicolor de España ha sido signo siempre de sometimiento y del trágala.

No hay neutralidad en los colores, no hay acomodo, mucho tendría que evolucionar nuestro país. Un país desmemoriado.

Pero no parece que eso esté, por un largo período aún, a nuestro alcance.

ENRIQUE GÓMEZ ARNAS

Presidente de ARMHA

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