Unos meses después de la sublevación militar la mayoría de las ejecuciones se llevaron a cabo en la tapia trasera del Cementerio, junto al mausoleo de Joaquín Costa.
Los reos procedían de la cercana y entonces nueva cárcel de Torrero, que había sido inaugurada por el dictador Miguel Primo de Rivera en octubre de 1928, y eran trasladados hasta esa tapia de madrugada en una camioneta.
Un sacerdote les acompañaba y eran colocados, atados, en fila mirando a la tapia. Tras ser derribados por los tiros del pelotón de fusilamiento, el sacerdote les daba la absolución y la extremaunción, antes de que el teniente de turno se acercara y les descargara el tiro de gracia.