En las prisiones de España

Mercedes SanchezBibliotecaLeave a Comment

Cuando en 1939 las armas fascistas acabaron con la legalidad democrática representada por la República Española, no sólo caía una forma de gobierno elegida libremente, sino que también suponía la derrota de los ideales de libertad, progreso y emancipación social. La guerra había sido dura, implacable, desde el mismo momento del golpe militar: el general Mola, recordémoslo, instaba a los sublevados al “exterminio” de los defensores de la República, órdenes que más tarde cumplió fielmente el general Franco.
El tema de la guerra civil española es uno de los que más bibliografía ha generado, pues se ha realizado una intensa labor de investigación histórica que, desde planteamientos progresistas, quería afrontar la página más triste de nuestra historia con una actitud ética, de justicia y compromiso. Entre ellas, queremos hacer referencia a las memorias de Ramón Rufat Llop (Maella, 1916 – Vilanova i la Geltrú, 1993). Rufat, destacado miembro del SIEP (los servicios secretos de la República) y posteriormente importante figura del movimiento libertario, publicó un libro que, bajo el título de En las prisiones de España , supone un duro relato autobiográfico sobre los 20 años que pasó en las cárceles franquistas (1938-1958). La obra de Rufat es, por ello, una demoledora denuncia de la magnitud de una represión sistemática, planificada por las máximas instancias del régimen, que contó con la colaboración de todos los aparatos represivos, así como de las autoridades judiciales, la connivencia de las “gentes de orden” y las bendiciones de la Iglesia.

La obra nos aporta una valiosa información de su periplo carcelario que le llevó a pasar, sucesivamente, por el campo de concentración y la cárcel de Santa Eulalia (Teruel), las prisiones de Calatatayud, Torrero, Yeserías, los calabozos de la Dirección General de Seguridad, la prisión de Alcalá de Henares, así como los penales de Ocaña y El Dueso.

El relato de Rufat, cargado de humanidad en medio de tanto sufrimiento y barbarie, resulta sobrecogedor especialmente en el capítulo que dedica a su estancia en la prisión zaragozana de Torrero (noviembre 1939 -mayo 1942). Destaca la magnitud de la represión, las fatídicas “sacas” carcelarias y los posteriores fusilamientos (entre 1939-1942 se ejecutaron en Torrero 878 presos republicanos). Especial carga dramática tiene el relato del asesinato del tenor valenciano Carlos Lizondo, que murió cantando el “Adiós a la vida” ante el piquete.

Destaca igualmente Rufat el inmenso hacinamiento de los presos: en 1939, la cárcel de Torrero, construída para 250 reclusos, llegó a albergar a 6.500 que, junto a los demás centros de detención existentes en Zaragoza (cárcel de mujeres de Predicadores, Prisión de Casablanca, Prisión habilitada de San Juan de Mozarrifar), elevan el número por estas fechas, a 12.260 detenidos. En el conjunto de España, la población reclusa se elevaba en 1940 a 280.000 personas.

Tampoco olvida Rufat las penosas condiciones sanitarias y alimenticias que padecían los presos. Un dato resulta clarificador: en 1941, sólo en la Prisión Provincial de Córdoba, se produjo el hecho escandaloso de que fallecieron de hambre y enfermedades nada más y nada menos que 502 presos.

No menos significativa resulta la explotación laboral de los detenidos, convertidos en auténticos esclavos del régimen, por parte del Patronato para la Redención de Penas por el Trabajo (el “ladronato”, como lo llamaban los presos), la nefasta gestión del general Máximo Cuervo al frente de la Dirección General de Prisiones, quien elaboró la doctrina “ideológica” que pretendía legitimar el sistema penitenciario de la dictadura: según “el cuervo máximo”, como era conocido, impuso en las cárceles “la disciplina de un cuartel, la seriedad de un Banco y la caridad de un convento”. No salen mejor paradas la Dirección General de Regiones Devastadas y la explotación de los presos por medio de los Batallones Disciplinarios de Trabajadores, al igual que ocurría en los Talleres Penitenciarios, donde los presos, por ínfimos salarios, anhelaban “redimir” sus condenas.

Con todo lo dicho, Rufat nos ofrece un análisis lúcido de un tiempo de odio, venganzas y represión implacable, un relato que sobrecoje el ánimo. El objeto de su obra, al cual nos unimos, es el de hacer justicia y recordar el sufrimiento de tantas víctimas inocentes, así como el de condenar sin paliativos la dictadura franquista y su sistema penitenciario. A modo de conclusión, Rufat nos insta a conocer este drama en toda su extensión, pero sin quedar atrapados en las redes del odio. De este modo, igual que no se puede construir la verdad histórica sobre el odio, tampoco es posible hacerlo sobre el silencio y el olvido.

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